Entre tiros y polvaredas.
Eran los aciagos días de mayo de 1913, en un enfrentamiento en Tamaulipas entre las fuerzas federales y los revolucionarios encabezados por Alfredo M. Terrazas.
Ya habíamos roto las líneas federales y estábamos en sus propias trincheras, mi jefe y amigo Alfredo M. Terrazas, recibió un balazo en los pulmones, cayendo de un macho negro que montaba. Lo levantamos y lo montamos en un caballo mandándolo para el kilómetro once; no teníamos ni médicos, ni enfermeras ni nada; andaba con nosotros un señor que se decía doctor, pero lo ha de haber sido en ciencias, pues de medicina no sabía nada.
Era muy buen orador y fue quien nos arengó cuando tomamos la plaza y puerto de Tampico. Se llamaba Krum Heller y era alemán.
Le dijimos al doctor Krum Heller que el coronel Terrazas estaba atravesado de los pulmones, que lo fuera a curar y no se negó, pero sólo le dio hielo pues no tenía otra cosa que darle y además le dio un discurso diciéndole: "Los hombres como tú no se mueren; si desapareces de esta vida entras en la inmortalidad".
Terrazas murió muy hombre. A su lado estábamos su padre, don Jesús, y su hermano Celedonio, mi primo, el entonces capitán Braulio M. Romero, un asistente de mi hermano Samuel, que se llamaba Eladio Mirando y que había sido famoso abigeo antes de la Revolución y que prestó muy buenos servicios, y yo.
Terrazas después de escuchar a Krum Heller preguntó a los presentes: "A cuántos estamos hoy". Le contestaron que a doce de mayo. "Mañana me muero yo--dijo--, pues cumple años de muerta mi mamacita.
Y el día trece de mayo, fecha en que había muerto su madre, como él lo había predicho, murió ese valiente.
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