(En la campaña de Chihuahua, en la División del Noroeste y después de recuperar precisamente esta ciudad de los villistas)...
Al día siguiente salimos acompañando a Treviño (Jacinto Blas Treviño) para Ciudad Juárez y por Estados Unidos a Piedras Negras, cruzando la frontera en Eagle Pass in-bond, por lo tanto nos permitieron a Treviño como a los pocos miembros oficiales que lo acompañábamos, que lleváramos nuestras pistolas.
En Ciudad Juárez, estuvimos dos días.
Voy a relatar lo que me pasó en una taberna que se llamaba El Paso del Norte, en El Paso, Texas, donde había una barra muy grande, pues entonces no existía el "estado seco" en Texas ni en Estados Unidos. En aquella barra bailaba, exhibiendo las magníficas piernas y más de la mitad de la pechuga, una artista de cine de aquellos tiempos, se llamaba Clara Bow.
Se sentó junto a mí en la barra a beber cerveza y a gozar de aquel relajo, un gigante texano con su sombrero clásico. Yo usaba uno igual, y como el tejano me oyera hablar en español, me dijo en su idioma pocho que ese sombrero tejano no era para los mexicanos bandidos, grasientos y villistas. Yo le contesté que yo sí era mexicano, pero que no era ni grasiento ni villista, que era de las fuerzas constitucionalistas que mandaba don Venustiano Carranza. El tejano se me aproximó más estando ambos sentados en los altos taburetes frente a la barra, y me dijo: "Cómo te atreves a contestarme, hijo de perra, si yo de un manazo te puedo apachurrar la cabeza; aquí no estás en tu tierra de ladrones".
Debo decir que en aquel tiempo se nos odiaba mucho en Texas, pues Villa había asaltado Columbus, en el estado de Nuevo México y la expedición punitiva que mandaba el general Pershing estaba en el estado de Chihuahua. Por las dudas yo agarré un palillo, pero no un palillo de dientes, sino un palillo muy duro, largo y grueso, de esos que ponían en los bares tejanos en aquel tiempo para ensartar la botana y que estaban pintados de colores, eran de una madera muy dura y con una punta muy aguda. Tanteé mientras tanto las puntas del palito, y por más que quise doblarlo con la yema de mi dedo no lo logré, y comprendí que los tales palitos me podían servir en un momento dado de defensa contra el gigantón, si me portaba yo valiente y astutamente.
Siguió la música ruidosa y Clara Bown pasón frente a los dos, casi desnuda.
Al pasar frente a mí, que era muy joven, me hizo una marcada coquetería, bastante obscena por cierto, y yo le acaricie un tobillo. El gigante tejano se volteó y me cogió del cuello, de la corbata pues yo portaba una traba semicivil que llamaban cazadora y con la cual se usaba corbata.
Al tiempo de jalarme el texano la corbata hacia adelante y decirme: "Hijo de perra, chingado madru", yo como el mejor de los toreros cuando se lanza a volapié, con toda la fuerza de mi brazo le ensarté en el ojo izquierdo aquél punzón de madera. El tejano dio un alarido y cayó tan grande como era hacia atrás, y rápido como el viento mi piré de la cantina, tomé un coche de caballos que mediante un tostón americano me cruzó la frontera para Ciudad Juárez...
lunes, 21 de mayo de 2012
viernes, 18 de mayo de 2012
Las traiciones de Felipe Angeles
Volviendo a la llegada a Monterrey del General Obregón, salió la comitiva de los generales, jefes y oficiales en automóviles y coches de caballos rumbo al centro de la ciudad reynera, hasta llegar al hotel Iturbide.
Ahí ya estaba congregada la multitud, en los balcones inmediatos y en las esquinas había muchos reaccionarios de Monterrey y muchas damas de todas las edades.
El general se dirigió al pueblo y al aludir a Villa lo llamó "Doroteo Arango", y continuando su discurso dijo al referirse al general Felipe Angeles: "Angeles es traidor por antonomasia. Traicionó a Huerta, que lo envío a París con una canonjía espléndidamente pagada. Traicionó a Carranza, que lo trajo de París con espléndida paga, no obstante la penuria por la que entonces atravesaba el ejército constitucionalista. Después traicionará a Villa, huyendo al extranjero y al final traicionará, ¡a la madre que lo parió!"
Esta frase lastimó mucho los oídos de las damas regiomontanas y ofendió mucho a los reacciofenicios neoloneses, quienes se fueron retirando fríamente, pero el pueblo y la oficialidad presente aplaudió a rabiar, lanzando vítores al general Obregón.
Ahí ya estaba congregada la multitud, en los balcones inmediatos y en las esquinas había muchos reaccionarios de Monterrey y muchas damas de todas las edades.
El general se dirigió al pueblo y al aludir a Villa lo llamó "Doroteo Arango", y continuando su discurso dijo al referirse al general Felipe Angeles: "Angeles es traidor por antonomasia. Traicionó a Huerta, que lo envío a París con una canonjía espléndidamente pagada. Traicionó a Carranza, que lo trajo de París con espléndida paga, no obstante la penuria por la que entonces atravesaba el ejército constitucionalista. Después traicionará a Villa, huyendo al extranjero y al final traicionará, ¡a la madre que lo parió!"
Esta frase lastimó mucho los oídos de las damas regiomontanas y ofendió mucho a los reacciofenicios neoloneses, quienes se fueron retirando fríamente, pero el pueblo y la oficialidad presente aplaudió a rabiar, lanzando vítores al general Obregón.
miércoles, 16 de mayo de 2012
De cómo Obregón le perdonó la vida a Jesús Silva Herzog
Continúo con mi narración.
Una vez que mi hermano el general Samuel M. Santos dio cuenta al general Alvaro Obregón del Estado de la campaña en Icamole, el general (Obregón) dispuso que saliéramos al día siguiente para darse cuenta él mismo de esa situación militar en Icamole, y para darle órdenes personales a Jacinto Blas Treviño para la continuación de la campaña.
El general Gabriel Gavira dio cuenta al general Obregón de un joven estudiante reaccionario simpatizador de Huerta que iba a ser fusilado esa noche, lo que el general Obregón aprobó inmediatamente.
Como nosotros somos potosinos quisimos enterarnos de quién iba a ser el "quebrado" y el general Gavira nos leyó una lista entre los que estaba Jesús Silva Herzog y cuatro o cinco más y en eso estábamos cuando llegó una comisión de caballeros todos vestidos de oscuro, y muy formales, casi todos llevaban bastón, cuellos altos y duros, de los que usaban en aquel tiempo los hombres del altiplano que tenían posibilidades. Iban encabezados por un súbito español de ideas liberales que se llamaba Ismael Salas (padre de Ismael Salas, que después fue gobernador de San Luis Potosí).
Fueron introducidos estos señores en el carro Siquisiva, residencia ambulante en campaña del general Obregón. El manco los recibió de pie. El general Gavira, Samuel y los demás nos pusimos también de pie. "¿Qué se le ofrece señores?", dijo el general Obregón carraspeando, pues esa costumbre tenía cuando le salía lo felino a la piel. Esto lo dijo sin invitar a nadie a sentarse. El español don Ismael Salas habló primero y le dijo al general Obregón que, aunque español, era antimonárquico en España y liberal y, por lo tanto, simpatizador de la Revolución Mexicana, que ostentaba el grado 33 de la masonería mexicana, y que iba en nombre de ésta a pedir que no se fusilara a esos jóvenes.
El general Obregón, antes de contestar, leyó varias notas que no sé quién se las habría dado con los antecedentes de todos y cada uno de los sentenciados, y luego dijo "Todos estos, con una sola excepción, son unos pobres muertos de hambre y van a quedar libres mañana mismo por las gestiones de la honorable masonería que usted encabeza, pero ese sujeto que se llama Jesús Silva Herzog también mañana mismo será fusilado; aquí sus antecedentes, y obregón leyó:
"Jesús Silva Herzog, estudiante muy aventajado del Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí, encabezador de los estudiantes felicistas en la manifestación que en esta ciudad se celebró por la reacción encabezada por los curros de la Lonja y el clero, para festejar los asesinatos de Madero y Pino Suárez. Después fue huertista furibundo, y recibía ayuda económica del ex general federal Francisco Romero, que fue gobernador y comandante militar en este estado, es hijo de un ferrocarrilero y,por lo tanto, estaba obligado a identificarse con las clases trabajadoras, pero desgraciadamente también es hijo de una judía austriaca, la señora Herzog, adoradora de Porfirio Díaz y denigradora de la Revolución."
Samuel y yo nos miramos sorprendidos pues conocíamos a Silva Herzog y a su mamá que nos parecía buena mujer y nos quedamos admirados de que Obregón supiera todos aquellos detalles de un individuo que, si era conocido en la ciudad de San Luis Potosí, de todas maneras lo conceptuábamos insignificante.
"Mi general, sus órdenes serán cumplidas, pero no estrictamente cumplidas sino cumplidas con mucho gusto --dijo el general Gavira--- pues estos curros siempre han llevado la de ganar y cuando les toca perder, se valen ellos y sus familiares de mil argucias para no sufrir el castigo que el pueblo les tiene reservado desde hace muchos años".
Salas, el español, y los demás no se arredraron y discutieron con el general Obregón. El Manco, que ya tenía lo suyo, les dijo: "Bueno, pues son ustedes los causantes de que no se haga justicia en este curro reaccionario, pero sólo lo hago por el gran respeto que me merece la masonería y los verdaderos y sinceros masones".
Así salvó la vida este señor Silva Herzog, que ahora resulta más revolucionario que Aquiles Serdán.
Una vez que mi hermano el general Samuel M. Santos dio cuenta al general Alvaro Obregón del Estado de la campaña en Icamole, el general (Obregón) dispuso que saliéramos al día siguiente para darse cuenta él mismo de esa situación militar en Icamole, y para darle órdenes personales a Jacinto Blas Treviño para la continuación de la campaña.
El general Gabriel Gavira dio cuenta al general Obregón de un joven estudiante reaccionario simpatizador de Huerta que iba a ser fusilado esa noche, lo que el general Obregón aprobó inmediatamente.
Como nosotros somos potosinos quisimos enterarnos de quién iba a ser el "quebrado" y el general Gavira nos leyó una lista entre los que estaba Jesús Silva Herzog y cuatro o cinco más y en eso estábamos cuando llegó una comisión de caballeros todos vestidos de oscuro, y muy formales, casi todos llevaban bastón, cuellos altos y duros, de los que usaban en aquel tiempo los hombres del altiplano que tenían posibilidades. Iban encabezados por un súbito español de ideas liberales que se llamaba Ismael Salas (padre de Ismael Salas, que después fue gobernador de San Luis Potosí).
Fueron introducidos estos señores en el carro Siquisiva, residencia ambulante en campaña del general Obregón. El manco los recibió de pie. El general Gavira, Samuel y los demás nos pusimos también de pie. "¿Qué se le ofrece señores?", dijo el general Obregón carraspeando, pues esa costumbre tenía cuando le salía lo felino a la piel. Esto lo dijo sin invitar a nadie a sentarse. El español don Ismael Salas habló primero y le dijo al general Obregón que, aunque español, era antimonárquico en España y liberal y, por lo tanto, simpatizador de la Revolución Mexicana, que ostentaba el grado 33 de la masonería mexicana, y que iba en nombre de ésta a pedir que no se fusilara a esos jóvenes.
El general Obregón, antes de contestar, leyó varias notas que no sé quién se las habría dado con los antecedentes de todos y cada uno de los sentenciados, y luego dijo "Todos estos, con una sola excepción, son unos pobres muertos de hambre y van a quedar libres mañana mismo por las gestiones de la honorable masonería que usted encabeza, pero ese sujeto que se llama Jesús Silva Herzog también mañana mismo será fusilado; aquí sus antecedentes, y obregón leyó:
"Jesús Silva Herzog, estudiante muy aventajado del Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí, encabezador de los estudiantes felicistas en la manifestación que en esta ciudad se celebró por la reacción encabezada por los curros de la Lonja y el clero, para festejar los asesinatos de Madero y Pino Suárez. Después fue huertista furibundo, y recibía ayuda económica del ex general federal Francisco Romero, que fue gobernador y comandante militar en este estado, es hijo de un ferrocarrilero y,por lo tanto, estaba obligado a identificarse con las clases trabajadoras, pero desgraciadamente también es hijo de una judía austriaca, la señora Herzog, adoradora de Porfirio Díaz y denigradora de la Revolución."
Samuel y yo nos miramos sorprendidos pues conocíamos a Silva Herzog y a su mamá que nos parecía buena mujer y nos quedamos admirados de que Obregón supiera todos aquellos detalles de un individuo que, si era conocido en la ciudad de San Luis Potosí, de todas maneras lo conceptuábamos insignificante.
"Mi general, sus órdenes serán cumplidas, pero no estrictamente cumplidas sino cumplidas con mucho gusto --dijo el general Gavira--- pues estos curros siempre han llevado la de ganar y cuando les toca perder, se valen ellos y sus familiares de mil argucias para no sufrir el castigo que el pueblo les tiene reservado desde hace muchos años".
Salas, el español, y los demás no se arredraron y discutieron con el general Obregón. El Manco, que ya tenía lo suyo, les dijo: "Bueno, pues son ustedes los causantes de que no se haga justicia en este curro reaccionario, pero sólo lo hago por el gran respeto que me merece la masonería y los verdaderos y sinceros masones".
Así salvó la vida este señor Silva Herzog, que ahora resulta más revolucionario que Aquiles Serdán.
viernes, 11 de mayo de 2012
López Mateos, logrero de la Revolución
Permítaseme una digresión.
Corre el año de 1915, los villistas irrumpen con furia en Icamole, en cuya batalla le dan a mi caballo que cayó sobre de mí. Este hecho me salvó la vida ya que me creían muerto.
Yo pasé a disfrutar de "vacaciones" al hospital militar Bruno Gloria, que estaba a cargo de una monja (madre Sara) más o menos retirada, que me trató muy bien.
Después de estos combates y de mi restablecimiento, fuimos comisionados por el general Jacinto Blas Treviño, mi hermano, el general Samuel N. Santos y yo como potosinos, para ir a recibir al general Obregón a la ciudad de San Luis Potosí, Samuel con la representación de Treviño porque era su jefe de estado mayor.
Ese mismo día llegó mi general Obregón procedente de Aguascalientes y nos reunimos con él y con el general Gabriel Gavira, quien había sido nombrado gobernador y comandante militar de San Luis por el mismo general Obregón.
Samuel y yo dimos las gracias al general Gavira por haberle puesto el nombre, a una de las calles de San Luis, de nuestro hermano y jefe el general y licenciado Pedro Antonio Santos, nombre que después le quitaron los reaccionarios sinarquistas "curros" de San Luis Potosí, que llegaron a tomar el poder militar con un tal doctor Nava a la cabeza, acto que fue consentido por Francisco Martínez de la Vega, nombrado gobernador por el licenciado Adolfo López Mateos, a la sazón presidente de la República.
Hasta la fecha (en que se escriben estas memorias), a pesar de las protestas de los revolucionarios y de las clases trabajadoras, esa calle no ha recuperado su nombre, el de Pedro Antonio Santos, defensor del señor Madero hasta ponerlo en libertad bajo fianza y organizador de la fuga del Apóstol, y el mismo Pedro Antonio, mártir de la Revolución, pues don Gustavo Madero y él fueron los dos primeros diputados de la 26 Legislatura que asesinó Victoriano Huerta.
Esta responsabilidad caerá sobre el licenciado Adolfo López Mateos quien no sabe ni está obligado de ninguna manera a respetar los principios de la Revolución Mexicana, por la cual no puede sentir ningún cariño y con la cual no le puede ligar ningún sentimiento, pues sus primeros pininos políticos los hizo adherido a la candidatura contrarrevolucionaria del licenciado José Vasconcelos y, después de la derrota del vasconcelismo, abandonó a su jefe y a sus compañeros de ese partido, y no tuvo empacho en adherirse como amanuense al callista más incondicional de don Plutarco, mi amigo Carlos Riva Palacio.
El señor licenciado López Mateos es sólo, pues, un logrero de la Revolución, un buen orador de paraninfo y un declamador profesional. López Mateos es uno de los primeros presidentes de la República que se sentó a la mesa puesta de la Revolución, sin haberle costado ningún trabajo llegar a tan alto puesto y sin que lo postulara ni una docena de ciudadanos mexicanos, y sólo por un traicionero dedazo que dio Adolfo Ruiz Cortines, también logrero, pero simulador de la Revolución.
Pues bien, pido disculpas por esta digresión pues quise explicar en ella que la calle Pedro Antonio Santos no llevaba su nombre porque se lo hubiera impuesto mi hermano el general Samuel M. Santos, cuando tuvo el poder militar y político de San Luis Potosí ni mucho menos por mí que llegué al mando del estado mucho después, y que fue un acto de justicia revolucionaria del muy revolucionario general Gabriel Gaviora con la anuencia y presencia del general Alvaro Obregón.
Corre el año de 1915, los villistas irrumpen con furia en Icamole, en cuya batalla le dan a mi caballo que cayó sobre de mí. Este hecho me salvó la vida ya que me creían muerto.
Yo pasé a disfrutar de "vacaciones" al hospital militar Bruno Gloria, que estaba a cargo de una monja (madre Sara) más o menos retirada, que me trató muy bien.
Después de estos combates y de mi restablecimiento, fuimos comisionados por el general Jacinto Blas Treviño, mi hermano, el general Samuel N. Santos y yo como potosinos, para ir a recibir al general Obregón a la ciudad de San Luis Potosí, Samuel con la representación de Treviño porque era su jefe de estado mayor.
Ese mismo día llegó mi general Obregón procedente de Aguascalientes y nos reunimos con él y con el general Gabriel Gavira, quien había sido nombrado gobernador y comandante militar de San Luis por el mismo general Obregón.
Samuel y yo dimos las gracias al general Gavira por haberle puesto el nombre, a una de las calles de San Luis, de nuestro hermano y jefe el general y licenciado Pedro Antonio Santos, nombre que después le quitaron los reaccionarios sinarquistas "curros" de San Luis Potosí, que llegaron a tomar el poder militar con un tal doctor Nava a la cabeza, acto que fue consentido por Francisco Martínez de la Vega, nombrado gobernador por el licenciado Adolfo López Mateos, a la sazón presidente de la República.
Hasta la fecha (en que se escriben estas memorias), a pesar de las protestas de los revolucionarios y de las clases trabajadoras, esa calle no ha recuperado su nombre, el de Pedro Antonio Santos, defensor del señor Madero hasta ponerlo en libertad bajo fianza y organizador de la fuga del Apóstol, y el mismo Pedro Antonio, mártir de la Revolución, pues don Gustavo Madero y él fueron los dos primeros diputados de la 26 Legislatura que asesinó Victoriano Huerta.
Esta responsabilidad caerá sobre el licenciado Adolfo López Mateos quien no sabe ni está obligado de ninguna manera a respetar los principios de la Revolución Mexicana, por la cual no puede sentir ningún cariño y con la cual no le puede ligar ningún sentimiento, pues sus primeros pininos políticos los hizo adherido a la candidatura contrarrevolucionaria del licenciado José Vasconcelos y, después de la derrota del vasconcelismo, abandonó a su jefe y a sus compañeros de ese partido, y no tuvo empacho en adherirse como amanuense al callista más incondicional de don Plutarco, mi amigo Carlos Riva Palacio.
El señor licenciado López Mateos es sólo, pues, un logrero de la Revolución, un buen orador de paraninfo y un declamador profesional. López Mateos es uno de los primeros presidentes de la República que se sentó a la mesa puesta de la Revolución, sin haberle costado ningún trabajo llegar a tan alto puesto y sin que lo postulara ni una docena de ciudadanos mexicanos, y sólo por un traicionero dedazo que dio Adolfo Ruiz Cortines, también logrero, pero simulador de la Revolución.
Pues bien, pido disculpas por esta digresión pues quise explicar en ella que la calle Pedro Antonio Santos no llevaba su nombre porque se lo hubiera impuesto mi hermano el general Samuel M. Santos, cuando tuvo el poder militar y político de San Luis Potosí ni mucho menos por mí que llegué al mando del estado mucho después, y que fue un acto de justicia revolucionaria del muy revolucionario general Gabriel Gaviora con la anuencia y presencia del general Alvaro Obregón.
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martes, 8 de mayo de 2012
La amante de Vasconcelos
Era el año de 1915.
Una vez que nos unimos a las fuerzas constitucionalistas nos topamos con el presidente itinerante Eulalio Gutiérrez, a quien entre otras personas acompañaba el licenciado José Vasconcelos.
Lo primero que hicimos fue pedir comida y el "presidente" ordenó que se nos sirviera en un gran comedor cuya mesa presidió él con los "miembros de su gabinete" y otras personas, entre las que se encontraba la señora Elena Arizmendi, a quien Vasconcelos después en sus novelas llamaba Adriana y que era amante de él y lo iba acompañando.
Esta señora era muy bella y había estado casada con el señor Carreto, que después fue diputado, por el estado de Guerrero en el grupo que yo jefaturaba en la Cámara de Diputados. La señora se había enamorado de Vasconcelos después de que asesinaron a don Gustavo Madero, de quien, decían, era amante, y también había sido presidenta de la Cruz Blanca que en tiempos de la Revolución maderista prestó muy buenos servicios a la causa.
Una vez que nos unimos a las fuerzas constitucionalistas nos topamos con el presidente itinerante Eulalio Gutiérrez, a quien entre otras personas acompañaba el licenciado José Vasconcelos.
Lo primero que hicimos fue pedir comida y el "presidente" ordenó que se nos sirviera en un gran comedor cuya mesa presidió él con los "miembros de su gabinete" y otras personas, entre las que se encontraba la señora Elena Arizmendi, a quien Vasconcelos después en sus novelas llamaba Adriana y que era amante de él y lo iba acompañando.
Esta señora era muy bella y había estado casada con el señor Carreto, que después fue diputado, por el estado de Guerrero en el grupo que yo jefaturaba en la Cámara de Diputados. La señora se había enamorado de Vasconcelos después de que asesinaron a don Gustavo Madero, de quien, decían, era amante, y también había sido presidenta de la Cruz Blanca que en tiempos de la Revolución maderista prestó muy buenos servicios a la causa.
sábado, 5 de mayo de 2012
Los hermanos Carranza
Corría el año de 1914, ya incorporados a la División del Centro, conocí a nuestro jefe, el hermano de don Venustiano Carranza, don Jesús Carranza.
El general don Jesús Carranza era para nosotros un paternal amigo, muy bondadoso y, a diferencia de don Venustiano, muy alegre y bailador; le gustaban mucho las "enfermeras"---que nosotros llamábamos las "enfermadoras"--- y cargaba un piano en su carro especial, el que sabía tocar muy bien, y sabiendo el coronel Adalberto de Avila, jefe de armas de Cerritos, esta afición musical de nuestro jefe, un día por la mañana que llegó a saludarlo y a rendirle parte de novedades, le llevó como obsequio ocho pianos que se había "avanzado" (eufemismo de atracar) en la región.
Una vez que se retiró don Jesús Carranza continuó su marcha, yo me quedé unos días en San Luis que coincidió con la llegada de don Venustiano Carranza.
Se comprenderá lo cerca que pude ver a don Venustiano pues yo estaba con el general Eulalio Gutiérrez, quien había sido nombrado recientemente gobernador de San Luis Potosí, hombre de las confianzas y estimación del señor Carranza y, a la hora del desfile me tocó hacerlo montado en un hermoso y enorme caballo alazán que a nuestra entrada en San Luis me regaló la viuda de Alejandro Salas, que fue maderista y jefe político... La viuda no sabía qué hacer con el caballo y seguramente, como ella me dijo, alguno se lo iba a robar, por lo que prefería regalármelo a mí.
Además me regaló la silla de don Alejandro, muy bordada y muy plateada. Como yo desde chico fui muy de a caballo y me sabía sentar y, a decir verdad, aunque habíamos muchos tipos criollos en la Revolución no éramos los más, don Venustiano se fijó, tal vez por el caballo y por el ajuar e hizo un ademán hacia Eulalio y luego me señaló a mí. Yo comprendí que preguntaba quién era y me puse en actitud de "parada" o como se dice ahora "de robar cámara".
Ya cerca de Carranza, el viejo puso cara adusta y en verdad que desde entonces no me cayó bien ni me fue simpático y las diez o doce veces que hablé con él en su vida, aunque me trató con atención y cortesía, nunca lo ví sonreír, con excepción de una ocasión, en una fiesta en honor de él que se celebró en Linares, Nuevo León, en la que el general Luis Caballero y yo bailamos un huapango.
El general don Jesús Carranza era para nosotros un paternal amigo, muy bondadoso y, a diferencia de don Venustiano, muy alegre y bailador; le gustaban mucho las "enfermeras"---que nosotros llamábamos las "enfermadoras"--- y cargaba un piano en su carro especial, el que sabía tocar muy bien, y sabiendo el coronel Adalberto de Avila, jefe de armas de Cerritos, esta afición musical de nuestro jefe, un día por la mañana que llegó a saludarlo y a rendirle parte de novedades, le llevó como obsequio ocho pianos que se había "avanzado" (eufemismo de atracar) en la región.
Una vez que se retiró don Jesús Carranza continuó su marcha, yo me quedé unos días en San Luis que coincidió con la llegada de don Venustiano Carranza.
Se comprenderá lo cerca que pude ver a don Venustiano pues yo estaba con el general Eulalio Gutiérrez, quien había sido nombrado recientemente gobernador de San Luis Potosí, hombre de las confianzas y estimación del señor Carranza y, a la hora del desfile me tocó hacerlo montado en un hermoso y enorme caballo alazán que a nuestra entrada en San Luis me regaló la viuda de Alejandro Salas, que fue maderista y jefe político... La viuda no sabía qué hacer con el caballo y seguramente, como ella me dijo, alguno se lo iba a robar, por lo que prefería regalármelo a mí.
Además me regaló la silla de don Alejandro, muy bordada y muy plateada. Como yo desde chico fui muy de a caballo y me sabía sentar y, a decir verdad, aunque habíamos muchos tipos criollos en la Revolución no éramos los más, don Venustiano se fijó, tal vez por el caballo y por el ajuar e hizo un ademán hacia Eulalio y luego me señaló a mí. Yo comprendí que preguntaba quién era y me puse en actitud de "parada" o como se dice ahora "de robar cámara".
Ya cerca de Carranza, el viejo puso cara adusta y en verdad que desde entonces no me cayó bien ni me fue simpático y las diez o doce veces que hablé con él en su vida, aunque me trató con atención y cortesía, nunca lo ví sonreír, con excepción de una ocasión, en una fiesta en honor de él que se celebró en Linares, Nuevo León, en la que el general Luis Caballero y yo bailamos un huapango.
jueves, 3 de mayo de 2012
El doctor orador
Entre tiros y polvaredas.
Eran los aciagos días de mayo de 1913, en un enfrentamiento en Tamaulipas entre las fuerzas federales y los revolucionarios encabezados por Alfredo M. Terrazas.
Ya habíamos roto las líneas federales y estábamos en sus propias trincheras, mi jefe y amigo Alfredo M. Terrazas, recibió un balazo en los pulmones, cayendo de un macho negro que montaba. Lo levantamos y lo montamos en un caballo mandándolo para el kilómetro once; no teníamos ni médicos, ni enfermeras ni nada; andaba con nosotros un señor que se decía doctor, pero lo ha de haber sido en ciencias, pues de medicina no sabía nada.
Era muy buen orador y fue quien nos arengó cuando tomamos la plaza y puerto de Tampico. Se llamaba Krum Heller y era alemán.
Le dijimos al doctor Krum Heller que el coronel Terrazas estaba atravesado de los pulmones, que lo fuera a curar y no se negó, pero sólo le dio hielo pues no tenía otra cosa que darle y además le dio un discurso diciéndole: "Los hombres como tú no se mueren; si desapareces de esta vida entras en la inmortalidad".
Terrazas murió muy hombre. A su lado estábamos su padre, don Jesús, y su hermano Celedonio, mi primo, el entonces capitán Braulio M. Romero, un asistente de mi hermano Samuel, que se llamaba Eladio Mirando y que había sido famoso abigeo antes de la Revolución y que prestó muy buenos servicios, y yo.
Terrazas después de escuchar a Krum Heller preguntó a los presentes: "A cuántos estamos hoy". Le contestaron que a doce de mayo. "Mañana me muero yo--dijo--, pues cumple años de muerta mi mamacita.
Y el día trece de mayo, fecha en que había muerto su madre, como él lo había predicho, murió ese valiente.
Eran los aciagos días de mayo de 1913, en un enfrentamiento en Tamaulipas entre las fuerzas federales y los revolucionarios encabezados por Alfredo M. Terrazas.
Ya habíamos roto las líneas federales y estábamos en sus propias trincheras, mi jefe y amigo Alfredo M. Terrazas, recibió un balazo en los pulmones, cayendo de un macho negro que montaba. Lo levantamos y lo montamos en un caballo mandándolo para el kilómetro once; no teníamos ni médicos, ni enfermeras ni nada; andaba con nosotros un señor que se decía doctor, pero lo ha de haber sido en ciencias, pues de medicina no sabía nada.
Era muy buen orador y fue quien nos arengó cuando tomamos la plaza y puerto de Tampico. Se llamaba Krum Heller y era alemán.
Le dijimos al doctor Krum Heller que el coronel Terrazas estaba atravesado de los pulmones, que lo fuera a curar y no se negó, pero sólo le dio hielo pues no tenía otra cosa que darle y además le dio un discurso diciéndole: "Los hombres como tú no se mueren; si desapareces de esta vida entras en la inmortalidad".
Terrazas murió muy hombre. A su lado estábamos su padre, don Jesús, y su hermano Celedonio, mi primo, el entonces capitán Braulio M. Romero, un asistente de mi hermano Samuel, que se llamaba Eladio Mirando y que había sido famoso abigeo antes de la Revolución y que prestó muy buenos servicios, y yo.
Terrazas después de escuchar a Krum Heller preguntó a los presentes: "A cuántos estamos hoy". Le contestaron que a doce de mayo. "Mañana me muero yo--dijo--, pues cumple años de muerta mi mamacita.
Y el día trece de mayo, fecha en que había muerto su madre, como él lo había predicho, murió ese valiente.
martes, 1 de mayo de 2012
Dedicatoria
Reitero aquí mi lealtad a la Revolución, a los principios que en ella encarnaron, y envío un abrazo a todos los caídos en la lucha sangrienta, penosa y larga que tuvimos que sostener, para cambiar un país de parias en un país de ciudadanos.
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